sábado, 11 de febrero de 2017

El emperador del conocimiento

En la búsqueda del saber absoluto muchos habían sido los caminos recorridos por el sapiente Brain. Todos ellos lograron llevarlo, a costa de malas y buenas experiencias, siempre  enriquecedoras, a acumular un conocimiento digno de admiración y respeto. Sin embargo, reiteradas veces, por donde pasaba, escuchó hablar del sabio máximo validador de todos los conocimientos del mundo. El mismo, decían, vivía en la cima de una inmensa montaña en un sitio muy remoto. Generalmente estos personajes son así, excéntricos, alejados de todo e inclinados a escoger como morada lugares  tan peculiares. Contaban que este ser era el único con la capacidad suficiente, heredada generación tras generación a través de milenios, como para otorgar validez a los conocimientos de aquellos que se atrevían a llamarse sabios.  Su juicio era ley y su decisión  podía catapultar al reconocimiento absoluto o al más mísero de los anonimatos. Contaban de él que en un solo ser habitaban todos los seres del mundo.
Brain consiguió mucho tiempo después, y luego de un arduo viaje, llegar hasta el pie de la gran montaña. Con gran esfuerzo comenzó a ascender. Necesitaba la aprobación del gran sabio. Era eso o la nada absoluta, volver al llano con la sensación de que, de  un solo zarpazo, le hubiesen borrado el disco rígido en donde acumulaba todos sus saberes. El conocimiento sin aprobación no es nada, se vuelve polvo en el viento. Hasta un superviviente en medio del desierto expone sus ideas salvadoras  ante la naturaleza que trata de doblegarlo. Las personas de distintos sitios se referían a este inconmensurable sabio como el punto más alto en la montaña del saber.
A medida que ascendía, la mente de Brain se iba llenando de dudas, ¿serían sus saberes suficientes como para pasar la prueba?, ¿qué preguntas se le formularían?, ¿sería lógica, filosofía? Pequeñas gotas de sudor corrían por su frente. Las presuposiciones se sucedían una tras otra, creía que iba a enloquecer. Cada día de los cinco que tardó en subir, se hacía más intenso y difícil. Muchas veces estuvo muy cerca de renunciar, pero la idea de  llegar a ser evaluado por tan ilustre ser podía más que cualquier contrariedad. Quizás el sabio tenía barba blanca y larga y, mientras hablaba pausadamente, con una mano acariciaría su barba y lo miraría fijamente con gesto adusto. Quizás…
Cada vez el camino se iba haciendo más estrecho, la montaña se afinaba, Brain intuía el final de su recorrido. Indudablemente la cima estaba cerca. Cinco días  subiendo y toda una vida dedicada al estudio y al fin iba a tener una revelación. Llegó hasta arriba de la enorme mole y se encontró con una roca que sobrepasaba en unos cinco metros la cumbre, no tardó mucho en darle una vuelta completa. Estaba en la cima y no había nada ni nadie. Se sintió desanimado, a duras penas pudo inclinarse y se sentó sobre un pequeño montículo frente a la roca. Su fuerza se había desvanecido, tenía el  aspecto de una persona agotada física y mentalmente. Miró la roca. El sol formaba un tenue contraste jugando con la forma de la roca y el horizonte. Creyó ver un movimiento. Entonces observó con más detenimiento. Quedó absorto, sin palabras. Una sensación de asombro lo invadió completamente y se sintió diminuto, nadie. Encima de la roca se recortaba la figura esbelta de un hermoso gato Mau Egipcio. Era impactante e intimidaba. Intentó hablar, decir para qué había llegado hasta allí, pero no pudo, algo se lo impidió, esa figura dominaba cualquier movimiento a futuro. El espectacular gato miraba con espléndida magnificencia, como un verdadero monarca, a lo lejos, sin hacer contacto visual. Cualquiera que contemplase esta escena podría haber identificado entre esos dos seres, sin dudarlo, al amo y señor de todo. El gran Mau Egipcio se quedó unos minutos allí, disfrutando de sus dominios. Luego, con un gesto imperial cargado de despectiva excelsitud, dio media vuelta y se fue.