El emperador del
conocimiento
En la búsqueda del saber absoluto
muchos habían sido los caminos recorridos por el sapiente Brain. Todos ellos
lograron llevarlo, a costa de malas y buenas experiencias, siempre enriquecedoras, a acumular un conocimiento
digno de admiración y respeto. Sin embargo, reiteradas veces, por donde pasaba,
escuchó hablar del sabio máximo validador de todos los conocimientos del mundo.
El mismo, decían, vivía en la cima de una inmensa montaña en un sitio muy
remoto. Generalmente estos personajes son así, excéntricos, alejados
de todo e inclinados a escoger como morada lugares tan peculiares. Contaban que este ser era el
único con la capacidad suficiente, heredada generación tras generación a través
de milenios, como para otorgar validez a los conocimientos de aquellos que se
atrevían a llamarse sabios. Su juicio
era ley y su decisión podía catapultar
al reconocimiento absoluto o al más mísero de los anonimatos. Contaban de él
que en un solo ser habitaban todos los seres del mundo.
Brain consiguió mucho tiempo
después, y luego de un arduo viaje, llegar hasta el pie de la gran montaña. Con
gran esfuerzo comenzó a ascender. Necesitaba la aprobación del gran sabio. Era
eso o la nada absoluta, volver al llano con la sensación de que, de un solo zarpazo, le hubiesen borrado el disco
rígido en donde acumulaba todos sus saberes. El conocimiento sin aprobación no
es nada, se vuelve polvo en el viento. Hasta un superviviente en medio del
desierto expone sus ideas salvadoras
ante la naturaleza que trata de doblegarlo. Las personas de distintos
sitios se referían a este inconmensurable sabio como el punto más alto en la
montaña del saber.
A medida que ascendía, la mente de Brain se iba llenando de
dudas, ¿serían sus saberes suficientes como para pasar la prueba?, ¿qué
preguntas se le formularían?, ¿sería lógica, filosofía? Pequeñas gotas de sudor
corrían por su frente. Las presuposiciones se sucedían una tras otra, creía que
iba a enloquecer. Cada día de los cinco que tardó en subir, se hacía más
intenso y difícil. Muchas veces estuvo muy cerca de renunciar, pero la idea de llegar a ser evaluado por tan ilustre ser
podía más que cualquier contrariedad. Quizás el sabio tenía barba blanca y
larga y, mientras hablaba pausadamente, con una mano acariciaría su barba y lo
miraría fijamente con gesto adusto. Quizás…
Cada vez el camino se iba
haciendo más estrecho, la montaña se afinaba, Brain intuía el final de su
recorrido. Indudablemente la cima estaba cerca. Cinco días subiendo y toda una vida dedicada al estudio
y al fin iba a tener una revelación. Llegó hasta arriba de la enorme mole y se
encontró con una roca que sobrepasaba en unos cinco metros la cumbre, no tardó
mucho en darle una vuelta completa. Estaba en la cima y no había nada ni nadie.
Se sintió desanimado, a duras penas pudo inclinarse y se sentó sobre un pequeño
montículo frente a la roca. Su fuerza se había desvanecido, tenía el aspecto de una persona agotada física y
mentalmente. Miró la roca. El sol formaba un tenue contraste jugando con la
forma de la roca y el horizonte. Creyó ver un movimiento. Entonces observó con
más detenimiento. Quedó absorto, sin palabras. Una sensación de asombro lo
invadió completamente y se sintió diminuto, nadie. Encima de la roca se
recortaba la figura esbelta de un hermoso gato Mau Egipcio. Era impactante e
intimidaba. Intentó hablar, decir para qué había llegado hasta allí, pero no
pudo, algo se lo impidió, esa figura dominaba cualquier
movimiento a futuro. El espectacular gato miraba con espléndida magnificencia,
como un verdadero monarca, a lo lejos, sin hacer contacto visual. Cualquiera
que contemplase esta escena podría haber identificado entre esos dos seres, sin
dudarlo, al amo y señor de todo. El gran Mau Egipcio se quedó
unos minutos allí, disfrutando de sus dominios. Luego, con un gesto imperial
cargado de despectiva excelsitud, dio media vuelta y se fue.